Un exmachista se confiesa
Entre otros fines asociados, el feminismo busca erradicar las conductas y actitudes cotidianas propias de los hombres que se criaron convencidos de la justeza y naturalidad de la dominación masculina. Algunos de esos hombres han tomado conciencia del problema y están en proceso de superarlo. ACTUAL habló con uno de ellos.
Hoy día, son ya numerosos los hombres –e incluso las mujeres– que se animan a reconocer públicamente que, en el pasado, incurrieron en hechos y dichos machistas que, por fortuna, han conseguido dejar atrás, superados gracias a un proceso de concientización que les ha permitido comprender y asimilar que nada justifica la discriminación por razones de sexo. Sin embargo, hay algunos que, aunque aceptan dar su testimonio al respecto y entienden la importancia que ello tiene, prefieren todavía no revelar su identidad. “Por pudor, o quizá por prudencia”, dice Leonardo D. –así pidió que lo llamáramos–, quien accedió a hablar con ACTUAL sobre la forma en que, antes, en una etapa de su vida que considera ya rebasada, fue un reproductor activo de la cultura machista en la que se crio (y en la que nos hemos criado todos).
“El machismo es el resultado de muchos siglos de patriarcado, cuyo código de valores pone a la mujer en una clara situación de desventaja y desigualdad”, reflexiona. “Hay que celebrar que el feminismo haya ido revirtiendo este estado de cosas y hay que apoyarlo en esa lucha”.
Leonardo D. afirma que, menos mal, su machismo no adoptó nunca formas extremas, pero que de todos modos, por supuesto, el suyo fue dañino y reprochable.
–¿A qué formas extremas se refiere?
–Me refiero a la violencia física y al abuso sexual. Eso está fuera de toda consideración. Es algo absolutamente inadmisible.
–¿Y qué nos dice del acoso sexual?
En respuesta a esta pregunta, reconoce que les lanzaba piropos a las mujeres en la calle y que le costó entender que esta práctica constituía una forma de acoso. “Decirle algo bonito a una chica o a una señora no es en sí mismo malo, y me parece que forma parte del juego de la seducción amorosa”, explica. “El problema era el modo en que yo lo hacía, y que es el mismo en que todavía algunos hombres –no muchos, por fortuna– lo hacen: abordando a la mujer sin la menor sutileza, a veces incluso siguiéndola a lo largo de varios metros por la acera mientras se le echan loas a sus atributos fisicos, lo que sin duda constituye un flagrante hostigamiento”.
En el mismo terreno de lo amoroso, cuenta que antes era de los que creían que el hombre debe tener un absoluto control y llevar en todo momento la iniciativa en la relación sexual. “Pensaba que en la cama yo era quien debía mandar y demostrar que era el que más sabía”, dice. “Cuando tomé conciencia de ese error, que era fruto de mi soberbia masculina, cambié mi actitud como amante, consentí las determinaciones de mi pareja y empecé a disfrutar mucho más de mi sexualidad”.
–¿Ya no ve a la mujer como un simple objeto sexual?
–Bueno, hay que precisar los términos. La mujer no es ni puede ser tomada como un mero instrumento material para desfogar los apetitos carnales; eso es cosificarla. Pero puede ser objeto de deseo sexual, y también objeto de amor, así como el hombre puede ser objeto de deseo sexual para la mujer.
–¿Era usted celoso?
–Sí, lo era. Y fui machista en mi manera de manejar los celos. Pero aquí también hay que aclarar algo: los celos no son un sentimiento exclusivamente masculino; los sienten por igual el hombre y la mujer. Lo que no puede tolerarse es que, llevado por ellos, uno se vuelva posesivo y restrinja la libertad individual de la pareja. Ahí está el machismo.
El perjuicio de los roles
Leonardo D. señala que otro de los aspectos en los que pensó y actuó como machista fue el relativo a los roles. “Tengo claro que la educación que recibí de niño de parte de mis padres fue la responsable de esto”, indica. “Yo no aprendí a freír un huevo hasta después de los treinta años porque, para mí, cocinar era una tarea exclusiva de las mujeres. Y no sólo porque cocinar fuera una labor doméstica, sino porque, en el caso de un hombre, hacerlo ponía en duda su masculinidad. En otras palabras, no era de machos estar entre peroles, cazuelas, aliños y condimentos. Lo misma pasaba con tareas como servir la mesa, lavar la vajilla, trapear los pisos, hacer la cama. Ése era un campo explícita y exclusivamente destinado a las mujeres. Hoy día, y no sólo para mí, está claro que eso es una tontería. Desde hace tiempo, sé realizar los oficios de la casa y, en la mía, es algo que nos repartimos entre mi esposa y yo”.
Nuestro entrevistado advierte que, aunque fue educado en la concepción de que la atención y el cuidado del hogar eran propios de las mujeres, nunca creyó por otro lado que ellas no estuvieran llamadas a formarse como profesionales y ni a desempeñarse como tales en el mercado laboral. “No padecí ese tipo de machismo. Tanto en el bachillerato como en la universidad tuve a mujeres como compañeras de estudios y como profesoras, de modo que siempre para mí estuvo claro que ellas podían ser tan idóneas como nosotros, o serlo todavía más, en el aprendizaje y en el ejercicio de cualquiera de las profesiones liberales”.
–Eso sí –precisa–, si bien consideraba que no había carrera vedada para las mujeres, pensaba que había algunas que no eran para hombres, sino sólo para ellas, lo cual desde luego era una tontería machista.
–¿Como cuáles?
–Recuerdo en particular que, en la universidad pública donde yo estudiaba, había un programa de Dietética y Nutrición, sobre la cual mis compañeros y yo comentábamos que era “sólo para señoritas”. Era más una broma que otra cosa, pero era una broma machista.
Chistes y estereotipos
Leonardo D. admite que contó chistes sobre mujeres y que se los celebró a otros, pero que sólo lo hizo en su juventud. “Después los superé no sólo por machistas, sino porque ya no les encontré ninguna gracia”, dice. Al preguntársele de qué trataban esos chistes, recuerda sobre todo los que se basaban en dos supuestos íntimamente conectados entre sí: que las mujeres hablan demasiado y que son chismosas. “Hoy tengo claro que vincularlas a estas dos conductas constituye un estereotipo injustificado, puesto que los hombres también somos dados a la garrulería y al cotilleo. Es decir, ser parlanchín y chismoso es por completo ajeno al sexo; cualquiera puede serlo”.
“A propósito”, añade, “otro estereotipo machista que tuve es el de que las mujeres son mentirosas por naturaleza. En ello fui lamentablemente influido por el filósofo alemán Schopenhauer, quien sostenía que no se las debía aceptar como testigos en ningún tribunal. Es otra flagrante necedad, ya que tampoco es un rasgo que tenga nada que ver con la condición femenina o masculina”.
D. señala que, además de los anteriores, seguramente tuvo otras actitudes y comportamientos machistas que no logra recordar, entre otras cosas, puntualiza, porque ni siquiera quizá nunca los identificó como machistas. “Recuerden”, dice, “que ahora se habla de la existencia de los micromachismos, de los cuales no solemos ser conscientes”.
Afirma que incluso los hombres como él, que han tomado conciencia del problema y que se han impuesto a sí mismos el propósito metódico de superarlo, todavía no lo han conseguido del todo. “En alguna parte leí que somos machistas en proceso de rehabilitación y que por lo tanto no estamos completamente libres de ese terrible vicio social y cultural”, dice, y enseguida conlcuye: “Pero lo importante es que, individualmente, estamos en ese camino y que, colectivamente, la sociedad también está avanzando en ese sentido”.
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