Según el documentalista Adrew Morgan, se calcula que el mundo hay unos 40 millones de obreros que trabajan en la creación de textiles. El 85 por ciento de ellos son mujeres y gran parte son menores de edad que cobran alrededor de 2 dólares al día, trabajando en condiciones que ponen en riesgo su salud física, social y mental.
Además, la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. De acuerdo a la organización Greenpeace, muchas de las más reconocidas marcas de ropa a nivel mundial emplean en sus textiles elementos químicos que ponen en riesgo la salud y contaminan el agua, haciendo a la industria la responsable del 20% de la contaminación de este recurso del planeta.
Ante este panorama, el movimiento de moda sostenible, Slow Fashion, está ganando impulso. La tendencia propone el uso de prendas no perecederas, que tengan una historia al lado de su dueño, promuevan el trabajo digno y no sean de descarte inmediato, reduciendo así el impacto social y ambiental.
Además, según Juan Pablo Martínez, diseñador de trajes a medida para hombre y autor del libro Vístase como un varón, “El elegir prendas de mayor calidad y durabilidad por encima de la ropa elaborada de manera industrializada, genera un guardaropas exclusivo y permite obtener un estilo clásico que trasciende las tendencias momentáneas”.
El término Slow Fashion fue acuñado por Kate Fletcher, profesora de Sostenibilidad, Diseño y Moda en el “Centre for Sustainable Fashion” en Londres y busca generar consciencia sobre la compra y descarte indiscriminado de prendas a bajo costo, donde no se conocen las condiciones laborales de quien ha fabricado.
El movimiento ganó protagonismo luego de en el 2013 más de 1.100 trabajadores perdieran la vida tras el derrumbe de un edificio en una fábrica textil que no cumplían con las medidas básicas de seguridad en Bangladesh. Debido a este lamentable suceso, se hicieron más notorio lo inconvenientes que acarrea el adquirir prendas producidas en masa y bajo condiciones cuestionables.
De esta manera, y buscando reducir el consumo excesivo de textiles, la tendencia promueve el uso prendas que no tengan una estacionalidad definida, si no que se vayan adquiriendo de acuerdo a las necesidades específicas de cada momento.
“La idea es optar por prendas versátiles, de comercio justo y de larga durabilidad en lugar de acumular ropa con precios más accesibles pero que son de mala calidad y cuya fabricación genera consecuencias negativas en el medio ambiente y la sociedad. Por ejemplo, los vestidos sobre medidas caben dentro del marco del Slow Fashion pues son hechos para durar” asevera Martínez.
De esta manera, oponerse a la moda producida de manera masiva, elegir productos hechos a mano o artesanalmente, optar por prendas de calidad por encima de cantidad y elegir ropa elaborada con telas producidas de manera sostenible, son acciones que se enmarcan dentro la de la tendencia Slow Fashion.