Por Adlai Stevenson
En el Centro estaba concentrada la vida de Barranquilla. Según García Márquez, que trabajó y vivió una temporada allí, en la “calle San Blas empezaba el mundo”.
El gran cuadrante del Centro lo constituían la calle Real, donde se encontraban periódicos como El Heraldo, la casa de Eusebio de la Hoz, benefactor de las obras pías de la iglesia de San Nicolás al lado del padre Carlos Valiente con su botica epicentro de la tertulia La Favorita, Parque de Bolívar hasta el extremo en donde se construyó en 1895 el Teatro Municipal denominado después Emiliano, diseñado por el arquitecto Pedro Blanco en un estilo híbrido morisco republicano. El cuadrante se cerraba con la calle 38 o Caldas, en donde se ubicaron los cementerios judío y católico que dieron paso posteriormente a las plazas San Mateo y del Centenario.
En el Centro estaba concentrada la vida de la ciudad. Según García Márquez, que trabajó y vivió una temporada allí, en la “calle San Blas empezaba el mundo”, hecho absolutamente palpable en sus escritos. Deambulaba por ella junto al Sabio Catalán Ramón Vinyes, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, German Vargas y Alejandro Obregón y ser reunía con ellos a diario en la Librería Mundo de los hermanos Rondón, en la planta baja del imponente edificio de Cine Colombia con estudios radiales de la Cadena Radial del Caribe en uno de sus pisos superiores. Al frente, el café Colombia y cruzando la calle, el Japy y la heladería Americana. Decía García Márquez que “la librería Mundo era un remanso de paz en medio del fragor de la calle San Blas, la arteria comercial bulliciosa y ardiente por donde se vaciaba el centro de la ciudad a las seis de la tarde”. En esa misma calle, entre las carreras Veinte de Julio y Cuartel se ubicó el edificio art deco del hotel Victoria.
Señalaba hace algunos años Winston Vélez, propietario de la tradicional peluquería Jaramillo que ostenta el heroico periodo de 71 años en la zona: “Esto antes era otra cosa. Se movía mucho más. Por acá en una época hubo dos Sanblases: la de día, comercial, con almacenes, restaurantes y la nocturna. Los caballeros llegaban a cortarse el pelo y después salían a tomarse sus frías”. Se refería a la actividad de bares, burdeles y cantinas cercanas: El Túnel del Amor, El Cafetal y otros que creaban por las noches una atmosfera diferente a la placida e inocente mostrada en las horas diurnas. El Oasis, una tienda en la esquina con carrera 45 desapareció cuando su propietario fue asesinado.
Caso aparte es la vieja calle Ancha con sus mutaciones y cambios de nombre. Su formación corre aparejada desde las primeras épocas de las Barrancas de San Nicolás. En esa vía se inició la vida institucional de la ciudad con la Iglesia de San Nicolás a los que se sumarían residencias e importantes casas comerciales. Franqueando uno de sus retiros, se hallaba el edificio del Cuartel militar con sus garitas, lo que dio el nombre que hoy tiene la avenida Cuartel (carrera 44) y que fue la vieja residencia de Agustín Valle.
Pero la Calle Ancha, pese al progreso mercantil que mostraba Barranquilla desde 1870 seguía siendo, al finalizar el siglo XIX, una calle pueblerina destapada con charcos que formaban las aguas lluvias estancadas sin ningún atractivo urbano hasta el año 1886 cuando llegó a la alcaldía Antonio Abello, un samario que acababa de regresar de estudios de Jurisprudencia en París y que asumía el cargo después de la guerra civil de 1885 que tuvo como capital de la revolución a Barranquilla, convocando el mandatario al concejo municipal para proponerle una serie de cambios y reformas urbanas urgentes, pues la ciudad habría sufrido graves deterioros. El plan propuesto incluía una nueva concepción de la calle Ancha con un bulevar a lo parisino, con sillas de madera, árboles, postes de luz y un corredor para los peatones que sirviera para reuniones y ágora de la comunidad. El 7 de abril de 1886 se entregó a la ciudad.
El pueblo comenzó a llamar espontáneamente a la calle Ancha Camellón Abello. En esa misma época se demolió el edificio del cuartel de las fuerzas armadas y se construyó en su lugar el hermoso e inolvidable edificio Palma. En la esquina de la calle Progreso estuvo durante mucho tiempo el almacén de abarrotes de Francisco Palacio. Después funcionó allí el café La Estrella de propiedad del sefardí David López Penha, lugar diario de reunión de literatos y de la bohemia intelectual de esos tiempos de principios del siglo XX. También se encontraba cerca el club Alemán y la casa de Elías Porter Pellet, antigua casa de Bartolomé Molinares, desde cuyos balcones posteriormente se emitirían las señales de la Emisora La Voz de Barranquilla y donde se había plantado en 1886 en su esquina el célebre Cañón Verde como advertencia de la inutilidad de las guerras.
En la mitad del bulevar, presidiendo los paseos de la ciudadanía, se colocó la estatua de Cristóbal Colón, donada por la colonia italiana, lo que le otorgó desde ese momento al Camellón Abello el nombre de Paseo de Colón. Pero los tiempos románticos de la “belle epoque” barranquillera terminaron y con ellos el sueño parisino de Abello con la demolición del bulevar. La estatua de Colón se trasladó en 1932 frente a la iglesia de San Nicolás. El modernismo y la gran cantidad de vehículos hacían perentorio construir un sitio de parqueo. Se pavimentó la calle en su totalidad agrandándola desde el callejón del Progreso hasta la carrera 38, y tumbando todas las construcciones que se encontraban en la acera sur, incluida la casa de Elías Porter Pellet. Habían pasado los tiempos del café La Estrella y se iniciaban los del café Roma, lugar de reunión de ganaderos, contrabandistas, poetas, periodistas y políticos.
En uno de los extremos de la ampliada avenida se colocó como hito visual la estatua de Simón Bolívar, donada por Evaristo Obregón y traída de París. Desde ese momento se le cambió la vieja denominación de Colón a la actual de Paseo Bolívar, y se levantaron edificios bancarios y comerciales pues ya la élite se había mudado hacia barrios como Las Quintas, El Prado y Delicias. Después el Banco de la Republica, en 1949, construyó su sede atrayendo a otras entidades bancarias a radicarse en el Paseo Bolívar, como el Banco Comercial Antioqueño, el Royal Bank of Canada, El Banco Central Hipotecario y el Banco Popular, donde Alejandro Obregón pintaría a principios de los sesenta su mural Simbología de Barranquilla. En 1954 se demolió el edificio Palma con el pretexto de que estorbaba el desarrollo urbano y las obras futuras de ampliación del Paseo Bolívar.
Otro espacio cultural significativo del centro de Barranquilla a mediados del siglo XX fue la calle San Juan. Allí se agruparon almacenes musicales con los últimos ‘hits’ del momento manejados, entre otros, por Pacho Galán y José Barros, que crearon su sello discográfico Jobar. La calle fue rebautizada como la calle Hollywood pues era el lugar de encuentros y contratos del gremio musical. Además, en sus linderos funcionaban estudios de la disquera Buitrago y emisoras.
Todo ese mundo en torno al Centro no existe en la actualidad pues fue tomado desde sus cuatro costados por el comercio informal creando una sensación de caos visual y afectando el ingreso de los edificios que quedaron abandonados. Unos cascarones vacíos, algunos tapiados con cemento a sus pisos superiores, habitados por fantasmas que esperan algún día su redención.