En el futuro, cuando recordemos el 2020 y contemos cómo fue la Navidad, lo haremos con un sabor agridulce. Habremos puesto fin al año más terrible del que guardemos memoria, y el brindis será por dejar atrás lo vivido, y por la pronta llegada de la anunciada vacuna.
Creyentes y no creyentes, entusiastas del espíritu navideño y también los ‘grinch’, todos nos veremos contagiados, inevitablemente, por la sensación emocional y alegre que flota esos días en el ambiente. Sin embargo, las inauditas condiciones en que celebraremos, unidas a la pesadumbre que arrastramos desde marzo, harán que recordemos unas Navidades extrañas, las más raras de nuestras vidas.
Pocas tradiciones navideñas quedarán inmunes a la pandemia. No habrá grandes reuniones de Navidad y fin de año, ni comidas de empresa, ni fiestas multitudinarias, ni espectaculares viajes y paseos. Los aficionados a cantar villancicos en coros tendrán que dejarlo para el próximo año, en el mejor de los escenarios.
Según avanza el calendario, crece la inquietud entre la población y los sectores económicos más directamente implicados por no saber cómo afrontaremos realmente esas fechas tan señaladas. En juego no solo hay dinero; también cuenta, y mucho, el derroche de afectos que marca estas fiestas.
Las sociedades se articulan alrededor de rituales que marcan el ritmo de la vida. No es lo mismo celebrar la Navidad que no hacerlo, ni participar en los encuentros previstos, que privarnos de ellos.
La lista de tradiciones navideñas que este año deberemos dejar de lado es larga y variada, pero el conjunto de rituales que sí podremos celebrar es igual de extenso. Al final, todo dependerá de la actitud con que afrontemos esta experiencia: si la vivimos como una pérdida por las renuncias que tendremos que asumir, nos sentiremos mal; si la vemos como una Navidad diferente, el impacto emocional será menor.
Toca, pues, reinventar la Navidad y adaptarla a las limitaciones que impone la pandemia. En el confinamiento supimos hacerlo, pues a diario celebrábamos videollamadas y festejos virtuales con amigos y familiares.
Si no podemos viajar a donde nuestros familiares, sí podemos enviarles un regalo hecho por nosotros mismos. Si no podemos participar en eventos multitudinarios, sí podemos decorar la casa y preparar las recetas especiales más deliciosas. Será una buena ocasión para aprovechar el espíritu de los niños y hacer manualidades.
Precisamente, los menores son los que, según todas las previsiones, llevarán con más normalidad esta Navidad tan extraña que tenemos en nuestras manos; los más pequeños, porque en su mundo mágico Papá Noel y los Reyes Magos seguirán llegando puntuales cargados de regalos. A los centennials (nacidos entre 1990 y el 2000, aproximadamente) no les preocupan los rituales sociales y sólo les interesa mantenerse conectados entre ellos. Mientras puedan ver a sus amigos a través de las pantallas o en persona, estarán bien. Para el resto de edades, queda el reto de suplir con ingenio las carencias afectivas que el Coronavirus impondrá a una celebración que se distingue por su fomento del roce social.
La pandemia exige distancia física, pero tenemos recursos para evitar que se convierta en distancia social. Dependerá de nosotros no renunciar a celebrar este momento tan emotivo, sobre todo este año que ha sido, por demás, complejo.
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