Por Jocelyn González
El alto consumo de noticias negativas acaba perjudicándonos. Aunque parezca que simplemente nos mantienen informados, nos llenan el cerebro de situaciones que, muchas veces carecen de utilidad alguna, que se escapan de nuestro ámbito de acción y que, a menudo, no nos conciernen en absoluto.
Con el caso actual de la pandemia por Coronavirus o COVID-19, nos enfrentamos a una situación que de alguna manera sí nos involucra a todos, a toda la humanidad. Aunque la información al respecto sí debe ser de nuestro interés —pues es casi imposible vivir en el mundo si es está desinformado—, es importante destacar que la mayoría de las noticias que circulan tienen un tono negativo y vienen cargadas de información muchas veces alarmista y hasta acompañadas por titulares, como poco, apocalípticos.
De la misma manera que cuidamos los alimentos y bebidas que entran en nuestra boca, debemos cuidar los estímulos que recibimos por nuestros ojos y que finalmente llegan a nuestro cerebro, pues también terminarán repercutiendo en nuestra salud.
Las noticias negativas activan de forma constante el sistema límbico del cerebro. Las catástrofes que se nos anuncian en los titulares todos los días liberan altas cantidades de glucocorticoides (cortisol). Esto altera el sistema inmunitario y reduce la producción de la hormona del crecimiento, que se encarga de regenerar el organismo. Las noticias negativas pueden, por sí solas, someter a una persona con una vida tranquila a una situación de estrés crónico. Los altos niveles de glucocorticoides perjudican la digestión, reducen el crecimiento de las células de la piel, del pelo y de los huesos, aumentan el nerviosismo y hacen más proclive a las infecciones. La persona puede llegar a sentirse temerosa, agresiva y puede reducirse su campo de visión.
También puede suceder que la persona se vuelva pasiva y se vea sumergida en un estado de ánimo negativo, pesimista, fatalista, pudiendo incluso perder toda capacidad emotiva o de compasión hacia los demás, así como la ilusión por el futuro.
Todo ello no quiere decir que en este mundo no necesitemos las noticias. Todo lo contrario, son necesarias para darnos a conocer los hechos más importantes relacionados con nuestro destino común, tanto a nivel local como a nivel mundial. Por lo tanto, no se trataría de dejar radicalmente de estar informado, ni de vivir a espaldas de lo que pasa en el mundo. De lo que se trata es de no volverse adicto a la información (algo a lo que ha contribuido internet, que ha hecho que, si no estamos al tanto de lo ocurrido en el minuto anterior, nos sintamos desinformados).
Durante estos días, es casi un bombardeo noticioso —acerca de la pandemia— el que encontramos en televisión e internet, y muchas veces no dimensionamos el impacto que tiene esto en nuestra salud, ni si la información que estamos consumiendo carece de veracidad. Especialmente es de importancia revisar qué información están consumiendo los menores, quienes tiene menor capacidad de distinguir entre lo falso y verdadero, y lo útil de lo inútil.
El filtro son mamá y papá. Primeramente, no podemos darle la responsabilidad a un niño de algo que no puede gestionar, eso es responsabilidad de las y los adultos.
En el caso del coronavirus, es importante tener información certera de qué es y cuál puede ser el impacto de esa información. Lo recomendable es que sea información limpia, no catastrófica o alarmante.
Las personas que no se dan cuenta de que están viendo videos o imágenes falsos, o leyendo algo que no pasó, tampoco podrían darle consejos a los y las niñas para identificarlos, por eso es importante que el adulto inicie por ser él un buen filtro.