Por Paul Brito
Lo inhumano y lo sobrehumano se dan la mano. Aplaudimos las hazañas de algunos fenómenos como Maradona, porque nos parecen imposibles, sin comprender que solo se puede alcanzarlas si se da rienda suelta a esas fuerzas vastas e incontrolables que llevamos dentro, si se apuesta todo a ellas. ¿Le aplaudimos que las suelten y potencien, y les exigimos al mismo tiempo que las controlen totalmente y lleven una vida «normal»? ¿No es pedir demasiado?
Las personas que sobresalen en una disciplina lo hacen porque han exagerado una línea de su personalidad, con todo lo positivo y negativo que eso les trae. Si han llegado lejos es porque han potenciado el resultado apostándole todo a un número. Luego es muy difícil separar un dígito del otro, discriminar la cuenta. Les toca asumir el precio completo y más cuando ya no tienen la pelota para desfogarse con ella.
No me parece justo cancelar ahora toda su figura, cuando al fin y al cabo ni siquiera es alguien de nuestro entorno inmediato y ni siquiera es alguien vivo, sino a estas alturas un símbolo o un espejo (igual que un personaje literario) donde para mal y para bien podemos reflejarnos en alguna medida.
Los que condenan o «cancelan» a Maradona, los que pretenden arrancarle su carnet de humano, de semejante y de ejemplo vital, no se dan cuenta de que Maradona les sigue siendo útil como moneda de cambio. Despotrican de él pero al hacerlo siguen manoseándolo y exprimiéndolo. No se dan cuenta de que hasta para eso nos sigue sirviendo humanamente. Al menos deberían agradecerle eso. Los críticos y canceladores no tienen que meterse hoy en el fango para analizar y descubrir esas capas del ser humano, porque él ya lo hizo por nosotros al explorar esos bordes de nuestra propia condición por encima y por debajo, allí donde nosotros ni nos atrevemos a asomarnos por nuestra propia cuenta.
No me parece justo cancelar ahora toda su figura, cuando al fin y al cabo ni siquiera es alguien de nuestro entorno inmediato y ni siquiera es alguien vivo, sino a estas alturas un símbolo o un espejo (igual que un personaje literario) donde para mal y para bien podemos reflejarnos en alguna medida. Su historia ya está finiquitada, la de nosotros no, entonces me parece un ejercicio más interesante, más sano y constructivo, usar lo que nos sirva de su vida para juzgarnos y criticarnos a nosotros mismos, en lugar de posar de jueces ajenos e implacables de un fantasma descargando en él nuestros propios malestares morales y los de la sociedad, solo para lavarnos las manos.
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