La designación del cantautor estadounidense Bob Dylan como ganador del Premio Nobel de Literatura ha propiciado una extensa polémica que aún está muy lejos de divisar una conclusión. ¿Qué mensaje está enviando la academia sueca con esta elección? ¿Realmente existe una consonancia literaria significativa en las letras musicales?
Bob Dylan es quizá uno de los pocos artistas que ha tenido la oportunidad de ver tributada su influencia en las generaciones posteriores. El solo título de una de sus canciones mejor valoradas, “Like a Rolling Stone”, se convirtió en una institución del mundo del rock, tanto a mérito propio como ajeno. Las composiciones de Dylan se ubicaron como un referente básico en la historia de la música, incidencia que ha sido valorada a través de importantes reconocimientos como el Premio Pulitzer, que lo destacó con una mención especial, o el Príncipe de Asturias, con el cual fue ensalzada precisamente la trascendencia de sus letras.
Juan Esteban Constaín y Alberto Salcedo Ramos, dos destacados escritores colombianos que a su manera se encuentran relacionados con el universo musical celebran esta premiación. Para Constaín esta distinción “crea un puente —y a la vez lo ilumina— entre el mundo de los libros, refugio tradicional de la literatura, y otras formas expresivas, como la música, en las que también ocurre la poesía”. Por su parte, Salcedo Ramos no duda de su consonancia literaria al afirmar que Dylan “tiene algo de trovador, hay algo homérico en sus letras. A través de ellas nos ha regalado una gran belleza y se han convertido en una gran influencia”.
Aunque Dylan también es autor de un par de libros de prosa poética y una autobiografía, y pese a los múltiples estudios literarios que se han realizado sobre sus composiciones, incluyendo una cadena de simposios en las universidades de Viena, Bristol y Maguncia sobre su obra para conmemorar su septuagésimo cumpleaños, para muchos fue una sorpresa que se le adjudicara el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca resaltó su mérito al “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, un dictamen que desdibuja los límites que tradicionalmente nos llevan a diferenciar la letra de una canción que escuchamos, y la poesía que leemos sobre un papel.
El lenguaje evoluciona, y con él los mecanismos y recursos comunicativos. Es innegable que la literatura se ha emancipado hasta cierto grado de sus connotaciones musicales, pero estas no están disueltas por completo, por lo que encontramos múltiples ejemplos que así lo ratifican.
El filósofo y lingüista estadounidense Walter Ong siempre estuvo preocupado por la relación existente entre estas dos modalidades de expresión. En su libro: “Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra” (1997), trata de demostrar la manera en la que estas se encuentran esencialmente unidas. Ong explora la estructura de obras fundacionales de la literatura universal en diversas lenguas como “La Ilíada”, “La Odisea, “El cantar del mío Cid”, “El cantar de los nibelungos”, The Beowulf, “La Canción de Roldán”, “Lebor Gabála Érenn”, entre otros, rastreando las huellas retóricas que se encuentran presentes en ellas y que demuestran que, en algún momento, se trataron de relatos condicionados para ser transmitidos de forma oral. Eso sumado al carácter lírico de estas epopeyas, sus propiedades rítmicas que las aproximan a los cantares de gesta, demuestran que el género narrativo tiene unas raíces bastante arraigadas en el terreno de la música.