Por Mayra Lucía Ríos Castro / directora@larevistaactual.com
“Un buen padre, vale por cien maestros”, Jean Jacques Rousseau.
Hoy quiero hacer un homenaje al hombre que escogí para ser el padre de mis dos grandes tesoros, mis hijas. Es el papá perfecto para ellas, un maestro de maestros.
Les enseñó con su ejemplo de vida el significado del amor verdadero, desinteresado, noble, valiente, paciente e incondicional.
Supo llevar una relación de padre en su lugar, nunca invadiendo sus espacios, dejándolas ser lo que son, mostrándoles su apoyo a través de su silencio, aceptando sus tiempos para compartir y nunca anteponiendo el beneficio propio al de ellas. Dio todo lo que pudo para hacerlas felices, para complacerlas, y darles amor sin esperar nada a cambio.
Su paciencia nunca tuvo limites, podía esperar a sus hijas una eternidad para estar con ellas, y simplemente disfrutar esos momentos sin ningún condicionamiento que las incomodara.
Por todo esto, hoy quiero darte las gracias Ricardo, por cumplir tu misión de papá de nuestras hijas Mayra Lucia y María Alejandra. Por ser una luz en el camino de ellas, por enseñarles que cada quien decide lo que quiere vivir, y cómo quiere partir de este mundo.
No hay una forma ideal para vivir ni para morir, es perfecta la que cada quien elige. Hay que dejar morir para empezar una vida nueva.
Y eso fue lo que hiciste Ricardo, moriste para empezar una vida nueva, llena de luz y amor, donde puedes ver con los ojos de Dios, y con ellos palpar lo grandioso que es vivir.
Seguirás viviendo por siempre en nuestros corazones a sabiendas de que la vida es eterna, que no hay límites en el cielo, y que Dios nos ama tal cual como somos, sin querer cambiarnos ni un poquito.
Para finalizar este escrito quiero compartir contigo que me lees, un poema de San Agustín, el cual nos reafirma que la muerte no existe.
LA MUERTE NO ES NADA
La herencia de mi abuela materna