El escritor barranquillero Paul Brito llega con su nueva novela Restos orgánicos de un mundo anterior, en la cual relata de manera magistral el recorrido de su madre a través de su enfermedad: el mal de Parkinson.
Sumergido en su pasado, reflexiona acerca de la vida desde la ciencia, la cultura, o, incluso, la filosofía. Así, recorre parajes en su memoria que, con gusto y detalle, transportan al lector a tales épocas y lugares.
A veces doloroso, a veces divertido, es una hermosa declaración a la existencia humana, tal como lo describe su casa editora: «Más que el testimonio de la muerte de la madre, este es un sentido canto a la vida y a su belleza». Es, sin duda, la mejor idea que tuvo el escritor para hacerle el duelo a su ser amado.
No te pierdas el próximo 9 de septiembre a las 6:00 p.m. el lanzamiento en vivo a través del Facebook de Planeta de Libros Colombia, en una conversación con el escritor Giuseppe Caputo.
Restos orgánicos de un mundo anterior está disponible en librerías a nivel nacional y en su versión ebook.
Comentario en contraportada:
Tras la muerte de su madre a causa del mal de Parkinson, Pe decide volcar la mirada a su propio pasado. Allí, entre la bruma de los recuerdos, como si fueran los vestigios de una excavación arqueológica, buscará los fósiles que han de resumir su vida: la urbanización donde creció al pie de una cantera, la cola cercenada de una lagartija de colores tornasolados, la imagen de su hija arrullada en los brazos trémulos de su madre.
A medida que evoca, examina y colecciona fragmentos de su pasado, Pe empezará a desempolvar una intrincada red de imágenes y destellos que, reunidos, harán de su duelo un profundo y conmovedor canto a la vida. Su memoria, así, se transformará en relicario y asidero: en un recurso que le permitirá reconstruir los paisajes de su niñez y adolescencia para, como él mismo dice, «rescatar por un momento el tiempo perdido».
Con una prosa depurada de adjetivos y con una sinceridad que le rehúye a la nostalgia, Restos orgánicos de un mundo anterior es el libro más personal que ha publicado hasta la fecha el escritor barranquillero Paul Brito. Al tiempo relato testimonial y crónica literaria, se trata de una obra que imbuye de poesía lo autobiográfico para recordarnos que, a menudo, la vida misma es terreno fértil de la buena literatura.
Primer capítulo:
Pe pensaba que su madre era extraterrestre. Lo creía porque tenía la parte superior de las orejas plana y puntiaguda, igual que Spock, el tripulante de la nave Enterprise. Y si ella era extraterrestre, Pe debía tener poderes como los de Superman. Por eso todas las mañanas salía al patio de la casa y tomaba impulso para volar.
A la madre de Pe le gustaba que le acariciaran esa parte de la oreja y también le gustaba frotársela a los demás. Quizá era la manera de comunicarse en su planeta o un gesto equivalente a un abrazo terrestre. Al principio se dejaba el cabello de un largo que no permitiera entrever la punta de sus orejas, pero con el tiempo comenzó a dejarlo más corto y a Pe le daba miedo que la descubrieran, pues era como ver sin lentes a Clark Kent.
Toda la vida tuvo una salud de acero, hasta que le dio la enfermedad. Pe acababa de regresar de España y encontró que ella venía sufriendo de un leve temblor en la mano izquierda. Marina le contó que presentaba esa molestia desde hacía un año, en especial cuando estaba acostada o en su mecedora. El médico le decía que era solo estrés y le recetaba relajantes y cosas por el estilo.
Pe investigó en internet. Encontró que había una diferencia fundamental entre el temblor que surge en una persona cuando realiza un movimiento y el que aparece en reposo. El primero puede deberse a cuestiones nerviosas y musculares, pero el segundo, unido a otros síntomas, podía ser indicio de Mal de Parkinson. Los otros síntomas, que la mamá de Pe también presentaba, eran: rigidez en el rostro cuando siempre había sido muy expresiva, brazos extendidos hacia adelante como si cargara una bandeja (una vez le pusieron una en las manos pensando que se estaba ofreciendo para ello), cuerpo ligeramente encorvado y pasos rápidos y torpes.
Pe leyó también en internet que James Parkinson había sido el primero en subrayar la diferencia entre esos dos temblores y relacionar el conjunto de síntomas en un mismo cuadro, al que llamó parálisis agitante.
Pe acompañó a su madre al doctor y le expuso a este sus hallazgos, subrayando la diferencia entre los dos tipos de temblores. El médico enseguida le dio la razón y Pe nunca supo si el tipo se había equivocado por ineptitud o negligencia, o si lo había hecho adrede para ahorrarle dinero a la entidad.
A pesar de las terapias físicas y del tratamiento con dopamina que comenzó a seguir, los síntomas de Marina se fueron acentuando con los años. Su cara se hizo más rígida, sus movimientos más espasmódicos y los brazos más tiesos, como si una fuerza vegetal quisiera dominarla. Se acababa de jubilar. Con todo, no dejó de ser la mujer activa que siempre había sido: resolvía crucigramas, ayudaba a sus sobrinas con las tareas, se reunía con amigas, visitaba a sus hermanas, salía a hacer diligencias.
En vida James Parkinson tampoco se quedó quieto, ni siquiera en el mismo campo científico. Se dedicó también a la Geología y la Paleontología, y llegó a reunir una de las colecciones de fósiles más importantes de Gran Bretaña. Además de Un ensayo sobre la parálisis agitante, la monografía donde definió la enfermedad, publicó un tratado sobre fósiles con un título hermoso y más apropiado para un libro de ciencia ficción: Organic Remains of a Former World. El libro, que no ha sido traducido al español, está redactado con una prosa más poética que científica. A los fósiles los llama: “Medallas de la creación”, eslabones clave que conectan una porción del pasado con otra.
Y como si cada cosa dejada por su madre fuera también una medalla que él debía preservar para recordarla, Pe atesoró obsesivamente algunos de sus objetos personales, entre ellos su perfume y un crucigrama que estaba llenando al momento de morir. Las letras apenas eran legibles por efecto del párkinson y la debilidad que sufrió en los últimos días. Pe aseguró el papel debajo de una alcancía en el cuarto de su hija para descifrar luego las últimas palabras de su madre, pero alguien que limpiaba la habitación botó el crucigrama pensando que no tenía ningún valor. La pérdida del crucigrama le hizo preguntarse una y otra vez por la pérdida mayor, lo impulsó a rastrear pistas aún no borradas, a buscar afanosamente pedazos intocados de la desolación.
Pe sabe que esas piezas son consuelos abstractos, pero se aferra a ellas como si cada resto o fragmento fuese un vestigio arqueológico, una medalla de la creación, una señal de vuelta al origen del mundo.
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