Si los problemas por exceso de ansiedad son un problema tan extendido entre la población es, entre otras cosas, porque hay una gran variedad de situaciones que pueden alimentar este tipo de malestar.
De hecho, en la consulta de los psicólogos es habitual encontrarse con personas que potencian y perpetúan su ansiedad sin darse cuenta, simplemente reproduciendo en su día a día una serie de rutinas que favorecen la aparición de este fenómeno.
Aquí vamos a ver un resumen de los principales hábitos que pueden estar produciéndote ansiedad sin que seas consciente de ello.
Estas son algunas rutinas y costumbres que muchas personas reproducen en su día a día sin darse cuenta de que favorecen la aparición de niveles demasiado altos de ansiedad (con los problemas que ello conlleva).
Son múltiples las evidencias de que consumir sustancias con potencial adictivo (ya sean legales o ilegales) va de la mano de presentar una mayor propensión a desarrollar problemas de ansiedad.
No es solo que quienes experimentan más estrés y angustia tengan mayor riesgo de acercarse al mundo de las drogas: además, el hábito de consumirlas supone una bomba de relojería en sus implicaciones emocionales, e incluso antes de que la mayoría de personas noten que tienen un problema de dependencia, estas se vuelven más ansiosas.
La calidad del sueño es uno de los primeros aspectos de la vida que se resiente a causa del estrés, y a la vez, no llevar un control adecuado del horario que seguimos para dormir, favorece la aparición y el mantenimiento de altos niveles de ansiedad. Como en muchos otros casos ligados al estrés y la ansiedad, se da un círculo vicioso que, llegado un punto, es complicado de deshacer sin ayuda psicoterapéutica.
Esto se debe a que el simple hecho de dormir mal o no dormir lo suficiente durante varios días seguidos (o casi seguidos) produce tal desgaste físico y psicológico que estamos mucho más expuestos a que los retos del día a día nos desborden.
Por ejemplo, se sabe que dormir menos de 6 horas durante dos días consecutivos rebaja el rendimiento de la memoria de trabajo en más de un 30%. Por suerte, al recuperar un buen horario de sueño, estas facultades cognitivas se recuperan, pero mientras esto no ocurra, somos mucho más dados a expresar frustración, torpeza e irritabilidad.
Hay muchas personas que hacen un hábito de darle vueltas en la cabeza a todo aquello que les preocupa.
Por ejemplo, pasarse días dedicándole varias horas a leer por Internet acerca de posibles enfermedades que pueden tener, informándose sobre los síntomas de estas patologías, considerando si encajan con lo que viven en su día a día, etc.
Otro ejemplo lo tendríamos en quien debe estar presentándose a exámenes a lo largo del curso universitario y en vez de estudiar de manera regular dedica mucho tiempo pensando en cuál es el momento en el que debe empezar a leer sus apuntes sí o sí para no suspender, o incluso echa la vista atrás para estimar la nota a la que jamás podrá llegar por no haber empezado a prepararse antes.
Se trata de un tipo de hábito que se plasman en dos fenómenos psicológicos potenciadores de los niveles de ansiedad. Por un lado, la rumiación psicológica, que consiste en desarrollar una propensión a sufrir pensamientos intrusivos de forma recurrente, los cuales nos perturban y acaparan toda nuestra atención.
Por el otro, la parálisis del análisis, que consiste en la fijación por no pasar de la teoría a la práctica, por miedo a enfrentar situaciones emocionalmente dolorosas en las que se confirme aquello que temíamos y que hasta ese momento solo había estado confinado al mundo de nuestros pensamientos y nuestra imaginación.
Ambas actúan como una excusa que nos impide afrontar nuestro problema e intentar ponerle solución de un modo constructivo.
El estilo de vida sedentario potencia la ansiedad. Existen varias explicaciones que intentan plasmar en palabras el mecanismo psicológico por el que esto ocurre, pero lo más probable es que se trate de un fenómeno complejo y multicausal.
Por un lado, el hecho de no moverse demasiado hace que aumenten las probabilidades de no interactuar demasiado con los demás, y teniendo en cuenta que el aislamiento social favorece la aparición de síntomas de tipo depresivo, y que la depresión se solapa muchas veces con la ansiedad, tiene sentido que ocurra.
Por otro lado, el estilo de vida sedentario hace más probable terminar desarrollando rutinas poco saludables, las cuales ayudan a que suban los niveles de ansiedad.
Un cuerpo dado a desarrollar procesos inflamatorios debido a su desgaste, por ejemplo, es más vulnerable a los trastornos psicológicos, dado que el cuerpo está demasiado ocupado enfrentando los “frentes” más urgentes como para preocuparse por el bienestar a medio y largo plazo.
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