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Publicado 4 junio, 2020

Amor en tiempos del #MeToo

Por Andrés Mauricio Muñoz

El autor payanés nos cuenta las motivaciones que tuvo para escribir su última novela, una historia que recrea una relación amorosa en tiempos de transición hacia un modelo social más justo para las mujeres. 

Decidí escribir mi novela ‘Las Margaritas. Historia de un hombre minúsculo’ (Seix Barral, 2019), en una de esas tardes de oficina en que el tiempo, lejos de contraerse como en los días de estrés, se dilata con sus cadencias más exasperantes. Recuerdo que era el Día de la Mujer. Mi amiga Marcela estaba sentada en su cubículo, abstraída por completo en la pantalla de su computador portátil, cuando de seguro sintió que una sombra a su lado le oscurecía la pantalla. Era Juan Pablo, del área de finanzas, que sostenía una rosa en la mano mientras la miraba de manera jubilosa. Feliz día, se apresuró a decir, a lo que ella contestó de inmediato: no quiero rosas, ni chocolates ni felicitaciones ni nada, quiero derechos. A este hombre la perplejidad le ensombreció la mirada; creí que iba a rezongar con desgano, pero a cambio de eso permaneció ahí, incapaz de decir algo. Acudió en su auxilio un amigo suyo que pasaba con unos legajadores en la mano y presenció la escena: “Juan Pa, entonces nómbrala tu amiga con derechos”.

Desde hace mucho tiempo decidí abordar mi literatura desde algo que he llamado los agobios contemporáneos; por esa razón escribí sobre el amor en tiempos de Internet, el desasosiego y los despojos cotidianos. Así que esa tarde comprendí que, si quería ser fiel a mi propósito, ese desencuentro que acababa de presenciar en torno a los asuntos del feminismo, debía ocupar mi atención. Sin embargo, lo medité durante varios meses, al tiempo que algunos amigos cercanos me sugerían no ponerme frente al pelotón de fusilamiento. Lo decían porque desde un comienzo tuve claro que para abordar el fenómeno tendría que hacerlo desde la radicalidad de las orillas. No era mi amiga una feminista radical, para nada; ella tan solo expresó lo que sintió en ese momento. Pero para construir la novela me pareció decisivo hacerlo desde los extremos, que era desde donde solían suscitarse ese tipo de confrontaciones en redes sociales o en la calle. Tenía que pensar en un personaje como Valentina, protagonista de mi novela, que establece con los hombres una relación de antagonismo, que eleva su discurso tan solo desde la retórica y que replica con su pareja las conductas que quiere ver erradicadas. También me resultaba imperativo un personaje como Manuel Rosero, que aunque víctima de su pareja, comete el pecado de creer que el machismo es una construcción del feminismo, tan solo porque contradice su propio relato, apegado siempre al decoro con el que ha tratado a las mujeres. Ese hombre que se mueve en el umbral, que asume como personales los reclamos que llegan desde el feminismo, en vez de contextualizarlos, desconociendo que la sociedad en la que vive lo contradice abiertamente, es también una figura nociva.

Es evidente que hacemos parte de otros tiempos en los que es imperativo desmontar un modelo patriarcal que ha supuesto vejaciones y exclusiones de la mujer en muchos ámbitos. Incluso aquella persistencia en el amor, que configuró en el pasado las más épicas conquistas, hoy puede ser tipificada como acoso. Pero ese desmonte debe ser una construcción colectiva en la que participemos todos sin distingo de género. Así es, me parece, como debemos movernos.

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