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CUENTO Y CRÓNICA

Publicado 23 abril, 2020

Memorias mágicas de un amigo de Gabo

Por Erick Camargo Duncan

Guillermo Dávila es uno de los personajes nombrados con más nostalgia en ‘Vivir para contarlo’. Con este mago y linotipista, García Márquez publicó el famoso ‘Comprimido’, un periódico tan pequeño que un día se volvió invisible. Ahora que lamentablemente el mago Dávila acaba de fallecer, le rendimos homenaje con este hermoso perfil que publicamos hace exactamente un año.

El historial de los lugares comunes suele dictar sentencias que, la mayoría de veces, se cumplen. En esta ocasión dictaba que encontrar a un mago extraviado en los relatos garciamarquianos y la espesura de la ciudad no sería fácil. Buscarlo en las estribaciones de sus 89 años, menos.

El historial de los lugares comunes suele desconocer las excepciones a sus reglas, pero, en este caso, la regla la determinó la magia porque llegar a Guillermo el mago Dávila no sólo resultó ser sencillo sino mágico. El encuentro, en la puerta de sus noventa, se pactó por mensajes de celular, en contravía a los mandatos de los lugares comunes. Le escribí en una noche de agosto y a la mañana siguiente tenía un mensaje en mi pantalla que, impecable, decía: “Erick, llámame mañana a las nueve y estaré listo para colaborarte, gracias”.

El mensaje terminaba con el emoticono de un sombrero de mago. Todo de manera breve, rápida y ‘ad portas’ de los noventa y su largo historial de lugares comunes.

***

Las puertas del pasillo están cerradas menos la del 504, ligeramente abierta. Adentro, vestido de negro, con chaleco impermeable y pantuflas, me espera Guillermo el Mago Dávila.

–Sigue, sigue Erick –me dice mientras me estrecha la mano con afecto. Lleva la barba blanca intacta y la mirada fija, compacta, de sus alegres ojos verdes. Atravesamos la sala hasta llegar a un estudio al final del corredor principal en el que nos sentamos. Dos bolsas a su lado delatan la historia.

–Acá conservo recortes, fotos y cosas que vas a querer ve –dice y me pasa unas fotos sepia pegadas sobre láminas negras.

En una aparece con mostacho, el pelo peinado hacia atrás y afirmado con gomina, tiene las manos levantadas y debajo de ellas un hombre acostado en el aire, levitando gracias a los artilugios de misterio del joven mago. Otras son recortes de periódico en los que se dice que Guillermo Dávila es una de las figuras de la magia en Colombia.

–Ese soy yo en una de mis presentaciones como mago.

Sale del estudio y regresa enseguida con un carné laminado de la sociedad de magos de Colombia, fechado en el 53.

-Usted es un caso único en el mundo periodístico de Colombia –le digo– ejerció como mago, linotipista y periodista en varias salas de redacción.

–Desde los once años me sumergí en el mundo del linotipo, maestro. Soy el heredero de una familia de linotipistas; mi padre, mis hermanos, todos ejercíamos ese trabajo mágico que siempre colindó con la prestidigitación.

Guillermo Dávila es uno de los personajes nombrados con más nostalgia en el libro de memorias de Gabriel García Márquez. Se conocieron en los 50, cuando un jovencísimo Guillermo Dávila llegó a la redacción del Universal de Cartagena para trabajar como linotipista y un muchacho de mostacho incipiente y cabello ensortijado, lector ávido de William Faulkner, fue contratado para trabajar como periodista y columnista. Tenían 22 y 24.

-Yo me di cuenta de que el hombre era talentoso. Yo no leía lo que a él le gustaba, lo que leía era sobre magia, historias de brujería y por ahí fue la conexión. Pasábamos horas mamando gallo y hablando sobre eso que se escapa a la razón, esa parte del mundo y de la vida encallada en las aguas de lo inexplicable. Íbamos al mercado de Cartagena, a la bahía de las animas, y ahí comíamos pescado frito con arroz después de salir del periódico. El mundo y el Caribe comenzaban ahí, con toda su turbulencia de colores y sabores.

García Márquez lo recuerda así: “Eran tipógrafos cultos por tradición familiar, gramáticos dramáticos y grandes bebedores de sábados. Me hice a su gremio. El más joven de ellos se llamaba Guillermo Dávila y había logrado la proeza de trabajar en la Costa a pesar de la intransigencia de algunos líderes regionales que se resistían a admitir cachacos en el gremio. Tal vez lo logró por arte de su arte, pues además de su buen oficio y simpatía personal era un prestidigitador de maravillas”.

–Un día le digo al hombre: Gabriel, hagamos un periódico tú y yo. Un periódico distinto, pequeño, en el que se cuenten los hechos de la semana con una mirada distinta, tú escribes y yo me encargo del linotipo, la impresión y demás.

–Y ¿qué nombre le ponemos?

–‘Comprimido’, porque va a ser pequeño y es para lo que nos alcanza.

La nostalgia se hace carne en sus palabras.

–Yo tenía un ahorro importante, 120 pesos. Con eso pensamos financiar por un tiempo la impresión y los gastos del periódico. El tiempo resultó ser de cinco días.

Me muestra una carta dirigida a él y al joven García Márquez en la que el fundador del Universal, Domingo López Escauriaza, los autoriza para utilizar la maquinaria del periódico para hacer ‘Comprimido’.

En cada tirada salían mil ejemplares que se repartieron gratis en Cartagena. La gente lo leía rápido y preguntaban para cuándo salía el otro.

Al sexto día los ahorros del mago se evaporaron.

“COMPRIMIDO dejará de circular desde hoy, aunque sólo de manera aparente. En realidad, consideramos como un triunfo nuestro –y así lo reclamamos– la circunstancia de haber sostenido durante seis días, sin una sola pérdida, una publicación diaria que según todos los cálculos cuesta un noventa y nueve por ciento más de lo que produce. Ante tan halagadoras perspectivas, no hemos encontrado un recurso más decoroso que el de comprimir este periódico hasta el límite de la invisibilidad. COMPRIMIDO seguirá circulando en su formato ideal, que ciertamente merecen para sí muchos periódicos. Desde este mismo instante, éste empieza a ser el primer periódico metafísico del mundo”, escribía García Márquez en el último número.

El mago suelta la carcajada desde su orilla. Desde la otra, el misterio, como siempre, le sonríe.

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