Por Paul Brito
Para alcanzar su autonomía y su libertad creativa, la mujer barranquillera ha tenido que superar grandes obstáculos como el machismo, la represión moral y el mercantilismo reinantes en una ciudad que tenía como tradición tratarla como un producto o una pertenencia más del marido. En las biografías de sus damas más ilustres, se refleja esa lucha que han tenido que librar contra unas condiciones adversas frente a las cuales tuvieron algunas que resignarse o adaptarse, y otras que enfrentarse de lleno.
Desde la dramaturga Amira de la Rosa (1900-1974) para quien una mujer cabal debía “saber lavar, planchar, cocinar, asear la casa y ¡escribir!”, hasta una escritora como Marvel Moreno (1939-1995) que rompe con los códigos sociales de la ciudad y los termina denunciando abiertamente en una obra ya dueña de sí misma; pasando por una Meira Delmar (1922-2009) que logra bordearlos con elegancia y discreción, y la complicidad de sus amigos del Grupo de Barranquilla, para arrancarles el brillo independiente de su poesía; y pasando también por una compositora como Esthercita Forero que a diferencia de las anteriores había nacida en Barrio Abajo y tuvo que lidiar también con los prejuicios sociales y musicales de una ciudad clasista.
Si Esthercita fue apodada la Novia de Barranquilla, Amira sería una especie de esposa devota; ambas terminaron encontrando en su fidelidad a la ciudad el afecto de sus habitantes, la una en el canto y la otra en el teatro, la una con sus imprescindibles canciones populares y la otra con el himno oficial. Ambas conquistaron la ciudad a punta de amor y tolerancia. Por su parte, Meira sería una amante secreta con una valentía y rebeldía sutiles, y Marvel una exesposa o una viuda, pues necesitó separarse de Barranquilla, matarla incluso, para poder escribir de verdad y llegar a su entraña.
Amira no tuvo la suficiente audacia o convicción para cuestionar las normas de su medio. Un cuento como “Marsolaire” sugiere apenas el despertar de los sentidos y el comienzo del deseo, pero no alcanza a confrontar a los lectores de su tiempo. Jacques Gilard observa que su escritura termina reducida “a un adorno más, como el bordado o la acuarela, en la panoplia de virtudes caseras y sociales”. Su prosa y su figura brillan hoy por la manera en que pulió las virtudes de una mujer bajo los parámetros de su época: la gracia, la decencia, la gallardía natural, la fortaleza interna, la resignación, el valor de la amistad. Fue amiga de Gabriela Mistral quien dijo de ella: “señora ciento por ciento, lavada por su vida –por su vida profunda y natural– de toda escoria áspera y fea”. Es símbolo de una Barranquilla íntima, culta y exquisita. “Más que nombres –dijo Meira refiriéndose a ella– parecen lámparas que destierran la sombra, ángeles llegados a la Tierra para enseñarnos la lección de la belleza”.
Meira sabía de las tertulias nocturnas de sus amigos artistas y escritores (Fuenmayor, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda, Germán Vargas o el mismo García Márquez) y se lamentaba de no poder asistir. Para compensar, los invitaba a su casa: ella y la pintora Cecilia Porras fueron las únicas mujeres a las que consideraron integrantes del grupo. Cuando hablaba de su infancia, contaba que el amor había reinado en su familia. Aprendió a querer a la gente y a perdonar a los demás si alguna vez le hacían daño. “Todo ha podido suceder –expresó en uno de sus más bellos poemas– en torno/ de esa huida sin rumbo de la casa./ Todo menos que mano alguna hiriera/ su cuerpo que habitaba la alegría”.
Esther Forero también abrazó la vieja Barranquilla y vivió añorándola, nostálgica de esa época en que las calles eran arenosas pero limpias: “Todas las señoras se levantaban con orgullo a barrer el frente de su casa”, rememoraba en una entrevista. Era una mujer generosa y sencilla como Meira y Amira, abocada a querer y aceptar a los demás. La canción de la Guacherna la escribió para complacer a una amiga que se la había pedido y que estaba muy enferma. Su meta era que Alicia se muriera contenta y tranquila; hoy todos los barranquilleros resucitamos de cualquier problema cuando la escuchamos. El amor se siente en cada una de sus canciones. Cuando cantaba “La luna de Barranquilla” o “Volvió Juanita” frente a públicos colombianos en Estados Unidos, la gente no paraba de llorar.
Marvel Moreno habría sido otra mujer anquilosada en un rincón del hogar a la sombra de un empresario próspero, una de esas señoras bien que antes de llamar al cine debía llamar a su confesor para preguntarle en qué categoría clasificaba a la película. O quizá habría sido otra Amira u otra Meira, o incluso otra Esthercita, que le cantaban a la ciudad desde el amor, la discreción y la tolerancia. Fue reina del Carnaval de Barranquilla y era otra de esas muchachas bellas y consentidas que hacen sus agasajos en el Country Club, pero de pronto rompió con todos los lazos de su pasado y se fue con su esposo a vivir a París, desde donde decidió no volver jamás. Al contrario de sus predecesoras, en su obra no se emboba con los encantos de Barranquilla y le reclama sus hipocresías.