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ACTUALIDAD

Publicado 8 marzo, 2024

La muerte de la infancia

¡Adiós, Toriyama!

Foto: TV Notas.


Por Iván Darío Fontalvo

Hoy supimos que Akira Toriyama, el genial creador de Dragon Ball, llevaba siete días muerto. Que la revelación hubiera sido tardía no aplacó la sorpresa del mundo, que de inmediato estalló en publicaciones y artículos sentidos exaltando a quien hizo de un mito la banda sonora de varias generaciones. A mí, particularmente, la noticia me causó genuina tristeza, como si Toriyama fuera un amigo muy apreciado a quien se le ha reservado un lugar especial en el corazón. Por algún motivo que no era homenajearlo, puse a sonar a todo volumen «Chala head chala» en el locuaz silencio de las 9 de la mañana. Quizá quería que los vecinos, si no lo sabían aún, supieran que un hombre ilustre había abandonado este mundo como deberíamos hacerlo todos: dejando atrás un legado destinado a resonar por la eternidad.


¿Por qué me entristecía la muerte de un japonés de 68 años de cuyo rostro no me acordaba? Tal vez se debía a que Dragon Ball, su obra maestra, fue la primera serie animada que tuve que ver a escondidas de mi madre por las acusaciones de satanismo que se cernían sobre ella (el nombre de Mr Satán, el fanfarrón, no ayudaba cuando intentaba ofrecer argumentos contrarios) o porque entre finales de los noventas y principios de los 2000 mi único pasatiempo era dibujar sayayines y supersayayines en clase. Pero no, no era por eso que tenía una pelota de lágrimas atravesada en la garganta. La verdadera razón de mi tristeza era que la muerte de Toriyama, ese viejo sensei de la diversión, también era la muerte de mi infancia, el anuncio de que el tiempo sigue adelante y que esa parte de mi vida se estaba diluyendo definitivamente ante mis ojos.

Un hombre solo entiende la verdadera amargura cuando se da cuenta de que la sonrisa espontánea, la preocupación ausente y el sueño de hacer un «kame hame ha» se ha perdido sin remedio. La muerte de Toriyama ha sido eso, justamente: el despertar a la adultez definitiva, el testimonio irrevocable de que la inocencia se extravió para siempre. La nostalgia se llenará ahora del recuerdo de los domingos, del pequeño tv encendido en el canal 4 y de un niño cantando una canción que lo hacía sentir poderoso. Si pudiera, ese niño saldría ahora mismo a buscar las siete esferas del dragón para resucitar la infancia que en unos años echará en falta y, por supuesto, para resucitar al gran Akira Toriyama. Pero no puede. Porque ese niño ya no existe.


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