Cuando se escucha al doctor Emil Maraby Arroyo hablar desde su propia experiencia sobre la paternidad, se comprende bien que ser padre, más que un sacrificio, como lo ven muchos, constituye una vivencia formativa gracias a la cual el hombre adquiere y desarrolla nuevos valores morales, y se mantiene en un constante aprendizaje de nuevos conocimientos. En otras palabras, es otra forma de educación continuada.
No cabe duda de que así ha asumido él el haber tenido hijos. Pero, antes de tenerlos, tuvo claro que debía definir primero su horizonte profesional. En su caso, ello fue algo que tuvo que hacer muy joven, ya que tenía apenas 15 años cuando se graduó de bachiller en el Liceo Panamericano de Sincelejo, ciudad de donde es oriundo. Era 1980. Se planteaba dos opciones: Filosofía y Letras, pues siempre ha sido amante de la creación literaria, y Medicina. Finalmente se decantó por esta última y al año siguiente empezó a cursar tal carrera en la Universidad del Norte, de Barranquilla. Se recibió de médico general en 1987 y regresó a Sincelejo, donde realizó el año social rural. Entre 1994 y 1998, llevó a cabo los estudios de su especialidad en Cirugía Vascular Periférica en la Universidad del Salvador de Buenos Aires (Argentina).
En 2001, fue cofundador del Instituto Cardiovascular y Quirúrgico de la Costa, localizado en Barranquilla en la carrera 49C # 80-195. Allí atiende y soluciona problemas circulatorios arteriales y venosos, y hace diagnóstico vascular por imágenes.
Se ve a sí mismo como un profesional médico muy responsable, que se esfuerza siempre por brindar lo mejor en su área. Posee una mentalidad innovadora que lo hace estar pendiente de los nuevos tratamientos y está dotado de una sensibilidad social que le impide ser indiferente frente a los problemas del país. “Desde mi plataforma trato de hacer un aporte al bienestar general”, dice. Le gusta escribir cuentos costumbristas y le apasiona la música. Aprendió a disfrutar cada momento de la vida y afirma que el optimismo y la fe son dos atributos que lo caracterizan. “Trato de ver la vida con colores”, dice.
Fue en el sur del continente, cuando realizaba su especialización, donde por razones del destino encontró el amor de su vida en una mujer tan costeña como él: Teresita Giraldo Gechem, natural de Magangué, y a quien él y todos los que la conocen llaman cariñosamente Tita. Ella se encontraba allá también por razones académicas, dado que fue en la Universidad de Buenos Aires donde hizo su especialización en Otorrinolaringología. Se casaron el 12 de julio de 1997.
El primer hijo de la pareja llegó antes de que pudieran disponer su regreso a Colombia. Así que Salim nació en la capital argentina el 30 de julio de 1998. El segundo hijo, una niña, bautizada también con un nombre originario del Cercano Oriente, Shadia, nació el 3 de agosto de 2001 en Barranquilla, donde sus padres estaban ya instalados desde hacía más de dos años.
Para el doctor Maraby, Salim y Shadia fueron su segundo y tercer hijos, ya que de soltero él había tenido su primogénito, Miguel Maraby Merlano, nacido en Sincelejo en 1988. Miguel tiene hoy 35 años y es administrador de empresas. Es a su vez padre de una niña, Victoria, de nueve años.
Salim y Shadia Maraby Giraldo, de 24 y 21 años, respectivamente, son bachilleres del Colegio Británico. Salim se licenció en Administración de Empresas en la Universidad del Norte y trabaja con sus padres en el Instituto Cardiovascular y Quirúrgico de la Costa. Shadia, que estudió producción musical, adelanta hoy por hoy una promisoria carrera como cantante y compositora; está firmada con Sony Music Colombia, prestigioso sello con el que ha grabado tres de sus siete canciones publicadas, la última de las cuales se lanzó recientemente en Barranquilla: “Guayabo”. Ella reside entre Barranquilla y Miami.
Al doctor Maraby, la paternidad le cambió la vida por completo. “Ser padre es una experiencia que no se conoce sino cuando se vive en carne propia”, sostiene. “La vida se divide en dos: un antes y un después. Se adquiere un sentido de la responsabilidad enorme y se es consciente del desafío de que se va a formar a unas nuevas personas”.
En su caso, esa formación la ejerció mediante permanentes consejos orientados a que sus hijos fueran responsables, modestos, moderados, y a que supieran escoger sus amistades y ser buenos ciudadanos. Pero sobre todo la impartió con un método que considera más eficaz: el ejemplo. Con su actuación personal, les proyectó su responsabilidad y su honestidad, así como otro valor que estima relevante: la jovialidad. “Les he enseñado los beneficios de tener buen sentido del humor”, anota.
Al preguntársele si cree que su rol como padre lo impulsa a ser mejor profesional, no vacila antes de contestar: “Totalmente”. Y explica: “Ser padre te renueva diariamente la energía que se necesita para trabajar. Uno se levanta pensando en avanzar y en crecer financiera y profesionalmente, pues sabe que tiene que brindarles a sus hijos las cosas básicas de la vida”.
La paternidad, además, según él, lo impulsa a ser un mejor ser humano en general, ya que ella, por una parte, exige por sí misma ser un hombre honesto y ser un buen ciudadano; y por otra, lo motiva a estar actualizado en los avances y nuevas manifestaciones del mundo, dado que no quiere que sus hijos lo vean como un papá anticuado. “Lo que busco, en una palabra, es que se sientan orgullosos de mí”, concluye.