«La cirugía plástica es la cirugía de la vida» es el lema del médico colombiano Alan González y también el principio que le conecta con sus pacientes, víctimas quemadas con ácido que piensan que estas operaciones, más que de simple estética, son un camino hacia nuevas oportunidades.
González se convirtió en 2012 en la persona que «reconstruye el alma» de las víctimas de ataques con ácido en Colombia, pues ha realizado 198 procesos quirúrgicos a trece mujeres distintas con una particularidad única: no cobra un solo peso por sus servicios.
Sin una motivación en particular más que «un tema de educación», el «doctor Alan», como le llaman sus pacientes con cariño, decidió actuar para hacer un aporte que «permita cambiar el mundo» y que contribuya a la erradicación de un problema que, como cualquier otra, empezó con un caso puntual.
Durante 19 años, Gina Potes ha convivido con el hecho de ser la primera víctima de ataques con ácido de la que se tiene registro en Colombia, razón que la llevó a fundar hace cinco años «Reconstruyendo Rostros», la primera organización de apoyo integral a las sobrevivientes de ataques con ácido.
Esta lucha «se volvió su motor de vida», pues tanto Gina como el doctor Alan, que se vinculó a la fundación en 2012, se han convertido en los ángeles de las víctimas.
«Luego del accidente, son personas que pierden toda su expectativa de vida, y a medida que pasan los días y los meses se reconstruyen paso a paso, pero con una sensación de impotencia y frustración cada vez que se ven al espejo», dijo González a Efe.
Pese a esa oportunidad que el médico les brinda a estas mujeres, él mismo reconoce que su ayuda es «sólo un pedacito» de todo lo que necesitan, pues aunque el contribuye a la reconstrucción de su cuerpo, esta deriva en una lucha igual o más importante: la reconstrucción de su alma.
Ahí es donde entra Gina, quien es consciente de que mas allá de la cirugía plástica, las víctimas necesitan mejorar su calidad de vida y la de su núcleo familiar, más aún con la dificultad que les acarrea conseguir trabajo o pareja al verse sometidas a la discriminación que genera su situación y el trato peyorativo que muchos hombres tienen hacia la mujer en la sociedad colombiana.
«La mujer es vista como un objeto y no como sujeto de derechos, problema que no viene de ahora sino de toda la vida, pues los valores a nivel social se han perdido y desvirtuado con el paso del tiempo», dijo Potes.
Frente a este problema, la necesidad de hacer valer los derechos de la mujer y de sacarla de ese hoyo de ignorancia y desprecio era imperativo para ella, razón por la que decidió emprender una lucha aun más osada al impulsar la generación una ley en Colombia que garantizará los derechos de las mujeres que habían sido víctimas de agresión con ácido sin saber nada de leyes.
Su tenacidad y entrega a la causa que abandera desde hace más de una década rindieron sus frutos, pues en 2013 logró que se aprobara la Ley 1639, la primera que fortalece las medidas de protección a la integridad de las víctimas de crímenes con ácido.
El doctor Alan, que en un principio quería ser ginecólogo, nunca imaginó estar involucrado en una labor como la que ahora desempeña y con la que no solo está totalmente comprometido, sino convencido de que le produce mucho sentido a su profesión y a su vida.
Por su parte, a Gina le gusta compararse con la flor de loto, logotipo de su fundación, pues según cuenta, tuvo que renacer «del lodo, del fango y de la oscuridad», como lo hace esta flor.
Cuando finalmente entendió que no podía ocultarse en la autocompasión sino dar un salto hacia adelante y entender que, detrás de esa tragedia tan grande, había una misión de vida esperando por ella.
Hoy luce con orgullo las cicatrices que lleva en su cara y cuello, las cuales no le han quitado ni un poco de la belleza y la feminidad y que le han permitido sobreponerse a su tragedia, que no solo la convirtió en una mujer más fuerte, sino que también le permitió encontrarse a sí misma a través de este nuevo propósito de vida.
Bien lo han resaltado los actores del conflicto, que deja un 73 % de mujeres afectadas según cifras de Medicina Legal en 2016: para lograr erradicarlo, se necesita de un fuerte componente social que haga entender a los colombianos que son ellos quienes tienen no solo el futuro de estas mujeres en sus manos, sino también sus vidas, y sobre todo, sus almas.