Recuerdo aquel día en que me pregunté a mí misma a qué venimos a este mundo. Tan solo tenía doce años y había vivido tan poco que no podía tener una respuesta. Así que seguí mi vida sin saberla y hoy, más de cuarenta años más tarde, la encontré.
Descubrí que venimos a recorrer un camino en el que hay un proceso de evolución y que, al final de nuestros días, es lo único que nos llevaremos de este mundo. Cuando nos vamos, todo lo material se queda y solo se va esa parte de consciencia que logramos ampliar o que dejamos tal cual llegó. Y creo que la mejor forma de hacerla crecer es a través del amor y del servicio a los demás.
Hoy mi propósito es comunicarte la importancia de vivir y manejar las emociones, que al final es lo que nos permitirá vivir de una o de otra manera nuestro camino. Es aquí cuando entra la importancia de trabajar en algo que se llama serenidad, a través de la cual lograr dar lo mejor de nosotros y ser reflejo de lo que somos en nuestro interior.
Busqué en el diccionario el significado de esta palabra y encontré: “La serenidad es aquella actitud de las personas de responder ante cualquier evento o situación sin dejarse arrebatar por emociones o sentimientos desestabilizadores. Una persona serena es una persona pacífica y en paz con su entorno, con los demás y consigo mismo. La serenidad nos permite aceptarnos a nosotros mismos y a nuestros propios sentimientos. La serenidad es un valor personal”.
Al manejar cada situación que me llega desde la serenidad, logro encontrarme con mi ser real. Logro conectarme con mi alma y ver con sus ojos a los que me rodean, percibirlos desde mi luz y comunicarme desde el amor.
En este momento de mi vida, experimenté que, al manejar cada situación que me llega desde la serenidad, logro encontrarme con mi ser real. Logro conectarme con mi alma y ver con sus ojos a los que me rodean, percibirlos desde mi luz y comunicarme desde el amor. Los resultados de estar serena son maravillosos. La vida se vuelve increíblemente un paraíso, el cual hay que cuidar mientras estemos en este mundo y ser responsables de ser ejemplo de vida.
Mi experiencia me dice que venimos a aprender, que tenemos que aceptar las diferencias entre nosotros. No hacerlo nos separa y, entre más separación, menos fuerza tendremos.
Es aquí cuando aparece también la importancia de vivir desde la compasión y el no juzgar, que nos permitirá hacer la vida juntos, tener el espíritu abierto y entender que el amor está a la puerta de todo.
Como dice René Mey: “No podemos ser tomadores de qué es bueno y qué es malo. La materia se mueve todo el tiempo. Estamos en un mundo de átomos. El camino permite un crecimiento. La humanidad
debe aceptar que todo es un proceso, que los humanos debemos pasar por los errores para aprender”.
Así que hoy mi invitación a ti, que me lees en este momento, es que reflexiones sobre cómo ves el mundo.
Para esto, tengo dos sugerencias. Una es que la respuesta la busques después de mirar dentro de ti, para que puedas encontrarla. Es tal cual para todos. El mundo que vemos afuera es el mismo que tenemos adentro. Dos, busca la manera de usar más tu cortesía hacia los demás y de dar lo mejor de ti a cada persona que se cruce en tu camino.
Finalmente, trabaja en tu serenidad, que es tener claro que tene, cuando llegan nubes a tu vida, debes dejarlas pasar, para permitir que el sol entre cada mañana al despertar.
Lleva una vida sana y espiritual que se relaciona con comer saludable, hacer ejercicio y dedicar un tiempo de tu día a orar y entrar en meditación con tu ser interno.