La gran paradoja de los géneros en lo que a mentiras sexuales concierne, es que mientras las mujeres mentimos en aras de dar la imagen de chica seria, decente o pura, ellos mienten para fomentar la idea del hombre experimentado y maduro que ha tenido muchas amantes.
Las mentiras sexuales son más comunes de lo que pensamos. Abarcan desde la manera en que nos mostramos para llamar la atención sobre nuestra apariencia (disimulando o escondiendo aquello que no nos gusta o exagerando un atributo), hasta lo que decimos o “confesamos” en esos instantes de efervescencia y calor.
La primera mentira, la relacionada con el aspecto físico, no es grave si se trata de esos artificios eminentemente femeninos: algo de maquillaje o cualquier atuendo que resalte o afine nuestra figura. Sin embargo, es gravísima cuando caemos en los extremos de parecer una Yayita siendo en realidad una doña Tremebunda.
Esto viene a cuento, porque no puedo evitar recordar con una sonrisa la anécdota del amigo que se llevó tremendo fiasco en la intimidad, cuando la Chica buenona de curvas peligrosas a la que asediaba con deseo exacerbado, por fin se quitó la ropa y, lejos de parecer una esculpida sirena, se asemejaba a una ballena. Lo cierto es que la fulana en cuestión debía su “envidiable” anatomía a una eficiente faja moldeadora capaz de camuflar hasta una llanta Goodyear.
Lo que no pudo disimular mi amigo fue su decepción, evidente en ese bajonazo de la líbido que le impidió funcionar como un semental. Similares a esta experiencia, hay muchas para documentar. Como ejemplo figura la mañana después de una noche loca de copas en la que nada es como parecía, lo cual atribuyo más bien a un error de percepción provocado por el lente embellecedor del alcohol que al engaño intencionado.
Pero al margen de esas circunstancias, fuera de fingir orgasmos, ¿en qué otras mentirillas incurrimos las mujeres?
He aquí las más comunes:
“No sé qué me pasó contigo”.
“Nunca me había pasado esto”.
“Nunca me había ido a la cama con nadie en la primera cita”.
“Soy incapaz de acostarme con alguien si no estoy enamorada”.
“Eres el segundo hombre en mi vida”.
Todo lo anterior seguido o precedido de la frasecita: “No quiero que pienses mal de mí”.
“No quiero que ningún hombre me mantenga”.
“No soy una mujer posesiva”.
“Detesto a los hombres intensos que te llaman a toda hora”.
“Soy incapaz de engañar a mi pareja”.
“Eres el mejor de todos”.
“Eres el más ‘grande’ que he visto”.
“Nunca había tenido una conexión como esta”.
Pero, partiendo del hecho de que los hombres prometen y prometen hasta… conseguir lo que quieren, ellos no se quedan atrás a la hora de mentir. Por eso, durante el asedio se “venden” como el perfecto príncipe azul frente a la inocente doncella que nosotras también queremos representar.
Sus mentirillas más recurrentes son:
“Eres la mujer más espectacular que he conocido”.
“Soy un tipo fiel”.
“No soy machista”.
“Yo no pienso mal de una mujer si se va a la cama conmigo en la primera cita”.
“Cuando me enamoro, me entrego al cien por ciento”.
“Yo le entregué todo… y ella me dejó”.
“Lo que más quiero en este momento es enseriarme”.
“Lo que quiero es una mujer independiente”.
“Tuve una novia multiorgásmica”.
Además de todas esas insinuaciones o comentarios velados que te hagan suponer que él es el mejor polvo de todos.
“La pasé espectacular contigo”.
“Nos vemos”.
“Te llamo mañana”.
Pero la gran paradoja de los géneros en lo que a mentiras sexuales concierne, es que, mientras las mujeres mentimos en aras de dar la imagen de chica seria, decente o pura, ellos mienten para fomentar la idea del hombre experimentado y maduro que ha tenido muchas amantes.
Desde una perspectiva social y cultural es entendible. Los viejos paradigmas nos acechan de tal forma, que se constituyen en el molde en el que decidimos encajar para promocionarnos. Al fin y al cabo, históricamente eres más hombre mientras más mujeres tengas y eres menos digna mientras más hombres tengas.