Conocemos por redes, coqueteamos por redes, cortejamos por redes, chateamos, conquistamos, enamoramos y otros verbos terminados en ‘amos’ gracias a la omnipresencia de las redes sociales. En nuestra nueva sociedad digital, en donde el tradicional cruce de miradas en la calle entre una mujer y un hombre no llega a consumarse por la interrupción de alguna notificación del smartphone que esfuma el gesto real para privilegiar el virtual, cualquiera puede coquetear con varias y varios a la vez, recibir 200 likes y un sinnúmero de comentarios, pero al final del día irse a la cama acompañado solo por la tibia presencia de su teléfono.
Pero, ¿por qué en nuestra era tecnológica somos tan dados a privilegiar la interacción virtual con otros?, ¿qué nos llevó a pasar de ser personas que construían sus relaciones a partir de una presencia real y cercana —lo virtual en otra época podía ser una llamada telefónica, una carta o una postal enviada desde la distancia—, a ser esta nueva especie, este ‘Homo Sapiens Virtualis’ cuyos días pasan velozmente entre la cotidianidad de lo real y la séptima dimensión del Internet, lugar donde muchos han mudado sus emociones, deseos, cariño, e incluso buena parte de su sexualidad? La respuesta podría estar en la tremenda irrupción de la tecnología y los hábitos que ella crea en nuestras vidas.
Deténgase a pensar por un momento en su vida antes de 2007, año en que, en buena medida, aplicaciones sociales como Facebook hicieron su exitoso debut en Colombia. 2007 marcó, para muchos, un antes y un después en la forma en que usted se relacionaba y comunicaba con sus familiares, amigos, colegas y, claro, con sus posibles conquistas o parejas.
“Antes de Facebook, había que romper el hielo en la vida real, parlarse a la pelada, llamarla por teléfono, y hasta conocer a los papás antes de invitarla a salir. Ahora no. Tú agregas y, una vez te aceptan, empiezas a ver cómo vas rompiendo el hielo. Ser buen conversador por Facebook o alguna otra red, tener fotos que te hagan ver bien y un poco de suerte son las claves de relacionarse por redes sociales”, afirma Juan Zambrano, estudiante de Comercio Exterior para quien las redes sociales han simplificado la faena de conquista a algo similar a una técnica que, como otras, es susceptible de perfeccionarse con la práctica.
Claudia González Soto, psicóloga de la Universidad de la Florida Central, cree que las relaciones virtuales no son necesariamente un indicador de que hayamos privilegiado la comunicación por Internet sobre las relaciones y el conocimiento personal. “Una de las razones que explican por qué cada vez más los seres humanos parecen estar enamorándose a través de Internet es precisamente porque el ser humano es un ser social, que busca socializar, conectarse con otras personas. Diariamente interactuamos en grupos de chats, nos comunicamos con nuestros jefes y compañeros de trabajo a través del correo electrónico. Usamos muchas herramientas digitales que hacen parte de las relaciones humanas, pero esto no significa que nuestras relaciones sociales estén basadas solo en el uso de la tecnología”, sostiene la especialista.
Claro, el tema admite matices, pero aun así sigue flotando en el ambiente la cuestión de por qué hoy la línea que separa la interacción virtual para dar paso a la real parece haberse vuelto tan delgada.
Diana G. conoció a Julián T. luego de que este le diera un ‘toque’ por Facebook. De esta manera, comenzaron a escribirse por esta red social. Ella vivía en Santa Marta y él en Suiza. Luego de una breve amistad y un aún más breve enamoramiento virtual, Julián le propuso matrimonio. Ilusionada, ella le dijo que sí, y que viniera pronto a Colombia a verla personalmente. Dos meses después de haberle propuesto matrimonio, Julián llegó a Colombia. Entre su equipaje traía un anillo de compromiso, uno que cualquier mujer desearía. Hicieron los trámites para poder viajar a Europa y casarse. Una vez en Suiza, el trámite matrimonial no resultó fácil por sus elevados costos y dispendiosas diligencias, pero finalmente, préstamo en un banco incluido, lograron casarse.
“Al principio, todo fue muy lindo. Nos prometimos muchas cosas, pero, a la vuelta de la esquina, la relación se empezó a deteriorar porque un día me di cuenta quién era la verdadera persona con la que me había casado. Mi abnegado marido escondía en sus redes sociales a otra cantidad de amiguitas a las cuales enamoraba y prometía cosas, tal y como lo había hecho conmigo. La relación se deterioró. Era como vivir con el enemigo bajo el mismo techo. Terminamos divorciándonos. Conocerlo por Internet me escondió esa otra faceta de él. Si me preguntan, hubiera preferido mantener una amistad, o la fantasía del enamoramiento virtual. Supongo que existe gente que ha conocido el amor de su vida en redes sociales, pero no fue mi caso. En las redes sociales no existen verdades, todo es a medias”, afirma de su experiencia personal Diana, vía Whatsapp, desde Suiza.
La aparición de las redes sociales redefinió, entre muchas otras cosas, la manera en que las personas se enamoran y se desenamoran. ¿Es el amor digital un nuevo capítulo en la historia de las relaciones humanas?
Francisco V. había conocido a Valentina E. vía Facebook unos meses antes de acabarse el año. En plena temporada vacacional y luego de un no muy largo pero sí entusiasta idilio virtual, él fue a visitarla a Cartagena, ciudad donde ella vivía y en donde, a la sombra de las murallas, y en las callecitas coloniales pensaron que su amor era eterno. A su regreso a Medellín, Francisco convenció a Valentina de que se fueran a vivir juntos. Así empezó una relación de más de dos años que parecía marchar viento en popa. Un día, al regreso de unas vacaciones en Cartagena en las que Valentina había ido a visitar a su familia, algo inesperado sucedió. Ella, presa del cansancio, cayó rendida sin apagar el portátil, dejando abierta su cuenta de Facebook. Él, en un gesto paternal, la arropó y tomó el computador para apagarlo, pero una ventana de conversación titilante llamó su atención. En un arrebato de curiosidad, Francisco decidió seguir el hilo del dialogo virtual para encontrarse con la poco agradable sorpresa de que el interlocutor era nada más y nada menos que el romance veraniego de su novia y descubrir, de primera mano, los recientes pormenores pasionales de la bella durmiente.