Fantasías sexuales tengo muchas. Por ejemplo, ganar un duelo erótico en un octágono de UFC, profanar un monumento histórico, o que Wolverine me haga trizas la ropa con sus garras de adamantio.
Pero en este momento, mientras disfruto de unas breves vacaciones de soltera, contemplo la piscina del hotel, y no dejo de fantasear con un apasionado encuentro acuático. Imagino que mi hombre y yo nos metemos a la piscina cuando no hay nadie cerca, hacemos un ‘quickie’ y luego nos reímos de la travesura al ver a las personas nadando, inocentes de que lo que acaba de pasar.
Creo que en otra vida fui sirena o novia de Aquaman. De niña, siempre fui la última en salir de la piscina y podría pasar horas en la ducha, si no fuera un crimen ecológico. Su solo contacto me sumerge literalmente en un placer indescriptible.
Recuerdo que cierta vez, mientras bebía una margarita dentro de un jacuzzi, me giré para apoyarme sobre el borde y saludar una amiga. El chorro del hidromasaje, haciendo la presión justa y necesaria en el lugar milimétricamente preciso, me despojó del habla antes de que pudiera decir “hola”.
Aunque sé cómo disfrutar de mi soltería, no puedo dejar de anhelar un cómplice que me respalde en mis fantasías líquidas. En mi cabeza, se reproducen imágenes de besos bajo el agua, cosquillas con la regadera de mano, caricias humectadas por la espuma de una tina y vaivenes armonizados por el suave oleaje del mar.
¿No resulta irresistible la suma del sexo y la preciada sustancia? Ocurren varios fenómenos curiosos cuando se hace el amor sumergido: las dos personas se unifican con el medio acuoso, nada es independiente de nada, hay una sola unión etérea, hasta el más aparatoso movimiento se torna sensual, y los cuerpos son livianos y volátiles.
Ocurren varios fenómenos curiosos cuando se hace el amor sumergido: las dos personas se unifican con el medio acuoso, nada es independiente de nada, hay una sola unión etérea, hasta el más aparatoso movimiento se torna sensual, y los cuerpos son livianos y volátiles.
Los besos líquidos son más resbaladizos, las caricias subacuáticas, más sutiles, y los resortes delatores de la cama se reemplazan por el relajante sonido de corrientes y burbujeos. Además, no existen el peso ni la fricción, lo que posibilita las posturas que en tierra firme se habrían truncado por la gravedad.
Desde tiempos inmemoriales, el agua ha sido considerada un elemento relajante, purificador e indiscutiblemente erótico. Se le atribuyen propiedades relacionadas con la relajación y la limpieza del cuerpo y el alma. No en vano se emplea en rituales de sanación y espiritualismo. Cómo será de cierto el hecho de que es el gran elemento vital, que el 75% del peso de nuestro cuerpo es agua, y cubre el 70% de la superficie de nuestro planeta. ¿Necesitamos más motivos para amarla?
“Agua de pozo y mujer desnuda, echan el hombre a la sepultura”, reza un refrán popular. En mi concepto, mi cuerpo al descubierto, sumado a una buena dosis de H2O, puede sumir a un hombre en los más insospechados confines del placer sexual. En tierra soy “yo” a secas, pero en agua soy etérea; es mi hábitat, mi acuosidad.
También dicen por ahí que el universo se alimenta del líquido vital que emana una mujer cuando está excitada. No refuto la afirmación, solo le agregaría que el valioso líquido sería mejor absorbido por el cosmos si se derrama en el océano o en cualquier otro depósito natural.
En tierra soy “yo” a secas, pero en agua soy etérea; es mi hábitat, mi acuosidad.
Este místico elemento está presente en casi la mitad de mis fantasías eróticas. Por ejemplo: un encuentro bajo la lluvia intensa, utilizando como única prenda un vestido blanco que se transparenta al mojarse; participar de una clase de natación con un profesor sexy, que me enseña a nadar y “demás”; ser una Baywatch para rescatar a algún lindo desprevenido y luego “ayudarle” a perder el miedo al mar, o hacer el amor buceando.
En mi opinión, el agua no apaga el fuego, lo enciende; son dos elementos 100% compatibles. No dudo que una hoguera intensa puede arder y avivarse bajo el líquido vital, y justo en este instante mi mente inquieta comienza a maquinar.
Un hombre de piel canela comienza a bajar los escalones de la piscina. De inmediato, se convierte en el protagonista de la fantasía que contaba al principio, y que acaba de darse play en el Blu-ray de mi cabeza. Me mira de manera insistente, y, aunque no suelo involucrarme con extraños, por hoy me abstendré de decir que “de esta agua no beberé”.