El carnaval de Río de Janeiro, bautizado por los cariocas como «el mayor espectáculo del mundo», puede convertirse en un laberinto sin una hoja de ruta para disfrutar de esta fiesta que cada año atrae a unos dos millones de turistas y genera cerca de 2.000 millones de dólares para la ciudad.
Desde una visita al mítico Sambódromo hasta el Baile Mágico del hotel Copacabana Palace o el baile de disfraces gay del Club Scala, pasando por los desfiles callejeros de los blocos, el carnaval de Río ofrece alternativas para todos los gustos y todos los bolsillos.
Aunque el primer carnaval de Río se remonta a mediados del siglo XVII, no fue hasta los años 20 del siglo pasado, con el nacimiento de las escuelas de samba en la «pequeña África» de la ciudad, cuando tomó el carácter de celebración masiva y popular.
La fiesta que inundaba cada año el centro de Río se trasladó al Sambódromo, en la avenida Marqués Sapucaí, en 1984.
El «templo de la samba» fue diseñado por Oscar Neimeyer, cuenta con capacidad para 80.000 personas y tiene una pista con 700 metros de longitud que acoge los desfiles durante las noches de carnaval.
Conseguir una entrada para el sambódromo requiere de mucha antelación y lograr un buen lugar es aún más difícil porque los asientos no están numerados y los espectadores aguardan horas para conseguir un buen sitio.
Además, los interesados tendrán rascarse el bolsillo porque los precios oscilan entre los 70 y los 160 dólares por persona y noche en la grada, de 1.430 y 2.500 dólares para un grupo de seis personas en primera fila y hasta los 40.000 dólares de un «camarote» por una sola noche.
Los afortunados que puedan pagar su rincón privado disfrutarán de las vistas que en su día tuvieron celebridades de la talla de Madonna, Paris Hilton o el actor Jude Law.
El sambódromo acoge a las escuelas «especiales», como se conoce a las doce mejores de Río de Janeiro -entre ellas las populares Mangueira, Portela o Beija Flor-, y a las de «segunda división», que calientan el ambiente antes de la fiesta grande.
Para novatos, conseguir desfilar con el «grupo especial» es una proeza, porque sus miembros ensayan durante meses, aunque es posible acudir a sus talleres y aprender a bailar y tocar samba.
Las «estrellas» del carnaval, mueven a más de 3.000 personas en sus coreografías en Sapucai y compiten por la victoria con impresionantes alegorías (carrozas) de hasta ocho metros de altura.
Cuarenta jueces eligen a la escuela ganadora de entre las cinco mejores, que desfilarán también una semana después para poner broche de oro a la celebración.
Más fácil es sumarse a las escuelas «de segunda división», que le ponen imaginación pero no alcanzan el «glamour» -ni el presupuesto- de sus «hermanas mayores».
Basta con encargar el disfraz de la escuela, que puede conseguirse incluso a través de internet por entre 100 reales (unos 35 dólares) y cientos de dólares, dependiendo de la agrupación y el diseño.
Para quienes prefieren el espectáculo en las calles están los «blocos» (comparsas), que mueven a miles de personas en la ciudad.
Con sus desfiles callejeros se abre el «precarnaval» un par de semanas antes de la ceremonia de entrega de llaves al Rey Momo, como se conoce el acto que marca el inicio de la fiesta grande de Brasil.
Este año, la alcaldía de Río ha autorizado 452 blocos y cerca de 600 desfiles. Para participar en ellos, ni siquiera es necesario disfrazarse, aunque se pueden encontrar adornos de «fantasía» a partir de 2 dólares y disfraces desde 15 dólares en la populosa feria Saara, en el centro de la ciudad.
Hay blocos para todos los gustos y todas las edades, pero, sin duda, el más popular es el «de la bola preta» (la pelota negra), que convoca cada año a cerca de un millón de personas en el centro de Río y que es también el desfile donde se registra el mayor número de robos.
Para velar por la seguridad, el gobierno de Río desplegará unos 15.000 agentes y duplicará su campaña de prevención insistiendo a la población en que no exhiba cámaras, teléfonos, joyas ni carteras.
Cuando se callen los tambores y se acabe la fantasía, los protagonistas de la fiesta tendrán miles de anécdotas para contar, y no todas buenas, pero como acostumbran a decir los viejos carnavaleros cariocas, «lo que pasa en carnaval, allí se queda».