Villa de Leyva y Monguí, dos pueblos de calles empedradas y casas con balcones en el centro de Colombia, guardan una enorme riqueza arquitectónica y artesanal que hacen a los visitantes regresar en el tiempo a la época de la Colonia.
Estas dos localidades, situadas en el departamento de Boyacá, están entre los 17 pueblos patrimonio que el Gobierno busca potenciar como destinos turísticos con una oferta cultural y gastronómica.
«La red turística de pueblos patrimonio es un programa creado por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Se trata de una red de 17 pueblos actualmente declarados bien de interés cultural», dijo a Efe el director de Programas Especiales del Fondo Nacional del Turismo (Fontur), José Manuel Pacheco.
Visitar los dos pueblos, distantes entre sí unos 76 kilómetros, requiere un viaje por carretera que parte de Bogotá, con paradas en otras localidades de los departamentos de Cundinamarca y Boyacá, para admirar los paisajes, sus construcciones coloniales o visitar yacimientos arqueológicos.
Una de ellas es Cucunubá, pequeño pueblo de mineros, ganaderos y agricultores cuyas casas de dos plantas están adornadas en su exterior con franjas horizontales de colores blanco y verde.
Los más aventureros pueden hacer el recorrido por trochas a bordo de todoterrenos, como uno organizado por la marca Jeep para celebrar sus 75 años de existencia, y en el camino divisar minas de carbón, montañas o los pozos azules, así llamados por la tonalidad que dan a sus aguas las sales y otros minerales del suelo.
El recorrido desemboca en Villa de Leyva, monumento nacional, cuya plaza central empedrada es la más grande de Colombia, siguiendo el tradicional diseño español de los tiempos de la Colonia.
La plaza tiene como marco la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, construida en 1850; la Alcaldía, y la casa del Primer Congreso, que en 1811 albergó a los representantes de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, recién independizadas de España.
Y es que Villa de Leyva está íntimamente ligada a la historia de Colombia pues allí nació en 1786 el prócer de la Independencia Antonio Ricaurte y murió en 1823 Antonio Nariño, traductor de la «Declaración de los Derechos del Hombre».
Esta localidad, fundada hace 444 años, ofrece también a los visitantes, además de innumerables construcciones coloniales de gran valor histórico y cultural pues fueron residencia de escritores y poetas, vestigios arqueológicos o festivales como el de cometas, en agosto, o el de luces, en diciembre.
Los turistas también pueden visitar la cascada en el parque ecológico de La Periquera, o Iguaque, un santuario de fauna y flora que alberga diferentes especies y un cuerpo de agua de origen glaciar que fue un espacio sagrado para los muiscas, un pueblo precolombino.
Historia y arquitectura colonial también se funden en Monguí, conocido además por ser el principal polo de fabricación de balones de fútbol, actividad a la que los lugareños dedican un festival en el mes de octubre, así como de ruanas y mantas elaboradas con lana de oveja.
Es también sede de la Basílica Menor de Nuestra Señora de Monguí, así consagrada en 1966 por el papa Pablo VI; el Convento de los Franciscanos; la capilla de San Antonio y el Puente de Calicanto, cuatro lugares declarados monumento nacional en 1975.
Este puente, que cruza el río El Morro, es una obra de la ingeniería española del siglo XVII, construido para trasladar el material usado en la edificación de la capilla, la basílica y el convento.
Para los amantes de la naturaleza pura en las afueras de Monguí está el páramo de Ocetá, que recibe su nombre de una princesa indígena que tras la muerte en combate de su enamorado, el guerrero Penagos, llegó a ese lugar sumida en tristeza para morir de hambre y frío.
Ocetá, situado a unos 4.000 metros de altura, está lleno de frailejones, la vegetación típica de los páramos andinos, además de lupinos y animales como venados de cola blanca.
En el páramo también se puede visitar La Mesa, un tablón de piedra donde se presume que los pueblos precolombinos hacían sacrificios a los dioses; la «Calle del Eco»; la Ciudad Perdida y la cascada de los Penagos, que según la leyenda se formó por el llanto de Ocetá.
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